Juan Bosch: Memorias del Golpe (8)

FARIK KURY
FARID KURY
A esa hora, ya con todos los cabos golpistas atados, resultaba muy cuesta arriba el triunfo de una acción de esa naturaleza. Era aquella casi una inmolación, un suicidio, que no podía aceptar. Los golpistas controlaban todas las posiciones de mando y no era cierto que doce oficiales, por más patriotas y valientes que fuesen, podían enfrentarlos con éxito.
En cuanto al PRD, este no estaba preparado para movilizarse ni desatar una huelga general. Nadie conocía más a fondo que yo la situación del partido blanco.
El PRD era una maquinaria electoral. Fue la plataforma para conquistar el voto de los dominicanos, pero no estaba organizado para enfrentarse a los golpistas en las calles. Además, mis públicas contradicciones con el compañero Ángel Miolán dificultaban acciones como la sugerida por el coronel Fernández Domínguez. Producto de ellas llegué incluso al extremo de cerrar los locales del PRD para convertirlos en escuelas de alfabetización. En definitiva, aquella noche negra, el PRD, el instrumento por excelencia de la democracia, que había arrollado a sus adversarios en las elecciones, no estaba en condiciones de defender a su gobierno. Por todo eso, entendí que en ese momento lo aconsejable, lo dolorosamente aconsejable, era la cordura.
La cordura es la cualidad que en momentos de ira, de rabia, nos permite dominar todo lo que en nosotros hay de seres inferiores. Yo no soy de los que se resignan fácil. Pero yo estaba resignado y vencido. A esa hora cualquier intento de tomar el Palacio y liberarme conduciría a un baño de sangre inútil. Y no quería, nunca quise, que ningún dominicano muriera por mi culpa. Sólo hubiese servido para agregar más dolor a nuestra tragedia. Entonces no me quedó otra alternativa que comunicarle, con la misma persona que me llevó el mensaje, que esa acción no conduciría a nada positivo.
Conocida mi posición, el coronel Fernández Domínguez y los doce oficiales, se replegaron. Sé que debió resultar doloroso y frustrante para el Coronel no poder poner un dique al Golpe. Aquella madrugada, esos oficiales no pudieron entrar al Palacio, liberarme y restablecer el orden constitucional. Pero sí entraron a la historia dominicana y entraron por la puerta ancha del patriotismo. En este relato sería una mezquindad incalificable no mencionarlos. Sus nombres deben grabarse imperecederamente en las mentes y corazones de los dominicanos como Soldados del Pueblo y de la Libertad. Ellos son: 1er. Teniente Marino Antonio Almanzar García (FAD), Capitán Fernando Rafael Cabral Ortega (FAD), 1er. Teniente Gerardo A. Brito y Brito (FAD), Mayor Roberto Antonio Cabrera Luna (FAD), 1er. Teniente Berto Gabriel Genao Frías (FAD), 1er. Teniente Antonio Ernesto González y González (FAD), 1er. Teniente José René Jiménez Germán (FAD), Capitán Héctor Enrique Lachapelle Díaz (FAD), 1er Teniente Freddy Piantini Colón (FAD), 1er. Teniente Lorenzo Sención Silverio (FAD).
Para muchos aquel fue un momento de vacilación mío. No lo creo. Antes de conducís su pueblo a un enfrentamiento resuelto, un político responsable debe conocer el terreno que pisa. Y yo lo conocía muy bien. El movedizo y caliente terreno que pisaba reclamaba, exigía, de mí un repliegue. Yo sabía, lo sabía bien, que lamentablemente nada había que hacer.
Lo digo con mucho pesar y tristeza. Ahora bien, lo que sí creo es que con eso le salvé la vida al coronel Fernández Domínguez y sus compañeros. Estoy convencido de eso. La fulgurante estrella de Domínguez estaba llamada a ocupar un lugar mucho más elevado en la historia del patriotismo dominicano.
La posteridad le tenía reservada la honrosa tarea de ser el jefe militar de los preparativos de la que sería la Revolución de Abril, en la cual, por mi expresa disposición, ocuparía el alto cargo de Ministro de lo Interior y Policía. En esa revolución, por desgracia, moriría, como José Martí, un 19 de mayo, precisamente cuando junto a militares constitucionalistas que pedían mi retorno al poder trataban de tomar el Palacio Nacional.

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