Anciana con 96 años cultiva la tierra y baila atabales como una niña en campo de El Seibo

Ricarda Díaz es el prototipo de la mujer fajadora y que no se amilana aunque la pobreza la golpee con crudeza; nativa de Las Yayas en El Seibo y con 96 años aún repasa su conuco

Ricarda vive sola y cocina sus alimentos
Manuel
Antonio Vega
atacando10@gmail.com

Aquí con su hijo Mauricio que cuenta 63 años de edad

MATA DE PALMA, El Seibo.- La
sección Mata de Palma, ubicada  a 35
kilómetros al sur de El Seibo, está llena de parajes y bateyes, donde la
longevidad en los humanos es muy acentuada, encontrándose casos de que en diez
personas se pueden acumular más de mil años de edad, pero también donde vive
doña Ricarda Díaz Rodríguez, una envejeciente que al contar los 96 “abriles”
labora y cultiva la tierra como un hombre, baila atabales como una niña, lava  y coces sus alimentos.

Célebre
en la comarca por su laborantismo agrícola, la longeva mujer, asegura que lleva
más de 80 años sembrando yuca, plátano, batata, maíz, mango, zapote, para
ayudar a sus tres hijos, que el menor, Mariano Díaz cuenta los 63 años. La
cosecha una parte la vende y otra la da a sus hijos y vecinos para que coman.
Doña
Ricarda, como la trata todo el que vive en la comunidad de Las Yayas, donde
reside, reveló que desde hace 22 años, que murió su esposo, ella sola limpia,
acondiciona y siembra su parcela, de unas 80 tareas.
“Mi
magia para que la maleza no crezca es estar todos los días con mi azada en el
conuco y en cuanto veo una yerbita la arranco o le dejo caer el filo del
utensilio de labranza”, significó.
Asegura
que ahora labora en tierra heredada, pero que cuando joven, se ganaba la vida,
repasando conucos, cortando caña y rifando en las comunidades bateyeras.
La
laboriosa y esforzada mujer, sostiene que se levanta a las 6:00 de la mañana y
que quita la azada del conuco a las 5:00 de la tarde, cuando  gallinas y gallos que cría inician el vuelo a
los árboles a dormir.
De
una lucidez extraordinaria y coordinación al hablar, recuerda que nació cuando
los “Desalojos Rurales” que hicieron los americanos en la intervención de
1916-1924.
Desde
que se casó, Ricarda siempre estuvo repasando y sembrando la parcela que heredó
de sus padres en el batey La Yaya, a unos 44 kilómetros, al sur de El Seibo.
Hijos,
vecinos y el médico de la comunidad, Ramón de la Rosa, sostiene “que es una
mujer tan trabajadora que a la hora que usted vaya a su humilde casita, la
encuentra con la azada en la mano, despegando maleza en su conuco, el más
limpio de La Yaya”.
Su
parcela es tenida como modelo por las autoridades del Ministerio de Agricultura,
cuyos técnicos van con frecuencia a dar asistencia técnica y asesoramiento para
el cultivo de ciclo corto, a la longeva agricultora.
“Lo
único, que me he matado trabajando, solo espero que esté la cosecha, para
recoger los frutos que me sirven sólo para comer junto a mis hijos, pero nunca
he podido reunir para comprar una estufa”.
La
mayoría de los hogares  en Las Yayas,
pobres por demás, utilizan leña para cocinar y calentar el agua.
Esto
implica para doña Cándida una tarea adicional en los trabajos agrícolas, ya que
tiene que esperar que uno de sus hijos le busque el agua al río, a unos 4
kilómetros o utilizar la que almacena lluvia, para asearse o cocer los
alimentos.
Las
condiciones de vida de las mujeres rurales de Las Yayas no son las más
halagüeñas, porque la comunidad carece de agua potable, no hay energía
eléctrica, la mayoría de las viviendas carece de estufa de cocinar y los
colmados están muy distantes.
Para
Cándida su principal escollo es la falta de agua, “porque después toda la
comunidad me quiere, me mima, respeta y cuida, porque todo el que pasa me
vocea, Cándida aún está viva”.
En
Las Yayas, como en toda la sección de Mata de Palma hay diferencias
agroecológicas y hay años donde la lluvia escasea y sus habitantes tienen que
consumir agua salobre que extraen de pozos, muchas veces contaminadas por los
agroquímicos que se aplican al cultivo en las colonias de cañas.
En
la zona existen aljibes o depósitos para la recolección y conservación de agua
de lluvia que se extraen con malacates.
NO
SE ENFERMA
Cándida
es sincera al hablar, tras afirmar que no se anda enfermando, lo que fue
corroborado por el médico de la comunidad, Ramón de la Rosa, que la visita en
campaña de prevención con frecuencia.
“Su
ritmo de vida y el movimiento constante de su cuerpo en el laborantismo
agrícola, la mantienen vigorosa; esta mujer no se enferma, aunque a su edad es
hipertensa le suministramos los medicamentos y ella lo asimila muy bien”, contó
el médico Ramón de la Rosa, a quien encontramos en la casa de la longeva
agricultora.
El
médico aprovechó para pedir a las autoridades del gobierno, que vaya en auxilio
de esta agricultora, dotándola del seguro de Senasa y mejorarle la vivienda.
“Esta
mujer es digna de admiración y de que se le ponga atención, por ser ejemplo a
seguir en comunidades tan pobres como Las Yayas, donde casi solo se ve caña y
ganado”, dijo De la Rosa.
NO
VIVE BIEN
Sin
sillas para sentarse y recibir visitas, estufa para cocinar y una cocina forrada de palos de jobo
vive a sola doña Cándida Díaz Rodríguez, la mujer agricultora de Las Yayas en
Mata de Palma de El Seibo.
Desde
que su esposo murió, ha sido duro su batallar y la pobreza la arropa, ya que a
la cocina  ni a la casa ha podido
cambiarle el piso de tierra por cemento.
La
cama donde duerme data de más de 20 años y la soportan palos cruzados, para
decir que no está en el suelo.

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