CIEN HISTORIAS EN CIEN DIAS: Sabana de la Mar, Pueblito mágico (46)

TONY PINA

Sabana de la Mar es un remanso después del final de u laberinto marcado por una carretera de curvas que nunca dejan de subir y
siempre son peligros abismos de ro
cas y hondonadas cuya vista se
pierde cada vez que se asoma la vista hacia abajo.


Con poco menos de 15 mil habitantes, una
inigualable bahía, unas olas quietas en la inmensidad de un mar que choca con
Samaná y contadas calles sobre un terreno llano y, para sorpresa del visitante,
con unos habitantes devotos de una santa nativa del lugar donde vivió hasta que
murió, en 1939, y no se asuste el visitante cuando el único ruido que oiga sea
el de una bocina colgada de un palo y dando vueltas en todos los sentidos para
anunciar las novedades del día: carne todavía hay en la carnicería, llegaron
los últimos modelos de celulares, hoy traen al muerto y ¡apresúrense! los
médicos que vinieron de la Capital sólo darán consultas hasta las tres de la
tarde.

En verdad, que me río recordando todos estos
insólitos anuncios y cada vez que los oigo, cuando voy a ese pueblito tan
singular y tan distinto a los demás municipios de la República Dominicana,
vuelvo y me río muchísimo.

A pesar de los años, el pueblo no supera aún la
categoría de comarca, y mejor que se mantenga así para que no se dañe o se lo
lleve de paro este proceso de inversión de valores por el que atraviesa la
sociedad dominicana, porque esas peculiares costumbres hacen sentir bien a un
visitante ya presa de esas de su extraordinaria belleza y ese ambiente de
tranquilidad que se respira y que sólo es perturbado cuando corre de cuando en
vez la noticia de algún naufragio en sus costas de una yola cargada de
indocumentados que encontraron la muerte cuando pretendieron llegar a Puerto
Rico.

En medio de una de esas periódicas tragedias conocí
a Sabana de la Mar, con un saldo de espanto: 65 muertos de una yola que zozobró
cargada de ilegales que zarpó una noche del mar Atlántico, de una playa de
Nagua y, salvo el capitán y dos o tres dichosos, quemados y hartos de agua,
todos, absolutamente todos se ahogaron al quebrarse la frágil embarcación de
madera en una bahía agitada en sus olas que a veces, con la mar revuelta,
alcanzan hasta los 30 pies de altura.

Un lanchón hace el recorrido tres veces al día con
destino a Samaná, y los pasajeros se agolpan y aunque la rampa es un viejo
neumático, no importa que se mojen los pies o que recojan los pantalones para
evitarlo, gustosos se montan para llegar, al fin, a su destino, y lo mismo
ocurre en sentido contrario cuando de Samaná a Sabana de la Mar se hace precisa
la ruta.

Es visita obligada el santuario de Elupina Cordero,
una mujer que a los siete años perdió la visión y desde ahí le atribuyeron
poderes para curar enfermos y hacer milagros, y narran de boca en boca los
lugares los milagros y las sanaciones que le atribuyen a su santa, los cuales
van desde curar espasmos hasta hacer resguardos para alegadamente alejar los
malos espíritus, y cuentan orgullosos que el tirano Trujillo era uno de sus más
fieles creyentes.

De noche la quietud es tanta y escasas las ánimas
que transitan las calles que Sabana de la Mar parece encogerse para dar paso al
sonido de una bahía que a lo lejos desnuda 

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